TRES



    Odia conducir por Madrid. Bueno, no, lo que realmente odia es buscar sitio para aparcar en Madrid. Siempre van el coche porque durante toda su adolescencia no han tenido más remedio que bajar a Madrid en autobús, esperar los horarios, lamentarse por haber perdido el último metro. No, ya no les pasa más, pero sí luchan con las estrechas calles del centro donde es imposible encontrar sitio.

—¡Es que deberíamos haberlo dejado en Pintor Rosales y subir andando!—dice enfadada tras el tercer resoplido. Gabriela la mira sin decir nada. Ella sabe que se perdería por Madrid, así que no le discute a su amiga—. Allí hay sitio fijo, por la cuesta que baja el parque del Oeste.

—Pues vuelve…—dice Gabriela subiendo el volumen de la canción que suena por la radio—. ¡Cómo me gusta esta canción!

Adriana no se lo puede creer. Está sonando un tema de esos que suenan como un robot. Se alegra de que suene a robot porque cuando no lo hace, la voz de un chico parece la de una niña de quince. Habla de una chica a la que su novio ha engañado con otra y de la que todos se ríen. Adri no sabe qué tiene de bonito esa canción, se escuche por donde se escuche. Mira a su amiga que baila con una sonrisa en el asiento del copiloto mientras cierra los ojos sujetando un micrófono imaginario con el que hace playback. Se ríe porque su amiga no tiene nada de robot a pesar de esa terrorífica voz que suena. Se le ha ido un poco el mal humor, pero si deja de mirar a su amiga y sigue oyendo esos terribles aullidos y sin encontrar sitio va a volver a enfadarse.

En un cruce en el que tiene preferencia, un audi A3 azul oscuro se salta el ceda que corona la calle de la derecha. Adriana pisa el freno con violencia, asustada, y deja el coche clavado en mitad del cruce. No se han dado de milagro. Para colmo, el sujeto que conduce el otro vehículo ni la mira, ni pide perdón, ni le hace ningún gesto que le disculpe sino que acelera siguiendo su camino, dejando a las dos chicas boquiabiertas. No saben por qué, ni en qué momento lo han hecho, pero las dos chicas tienen las manos cogidas y se aprietan con fuerza. Se miran a los ojos y se sueltan.

—¡Pero será hijoputa!—grita Adriana. Ya está enfadada, y con razón—. ¿Lo has visto?

—¡Cómo para no! ¡Menudo susto nos ha dado el capullo!

—¡Joder! ¡Odio Madrid!—dice Adriana exagerando sus emociones. Aun le tiembla la pierna del embrague del susto que se ha llevado. Ni siquiera es consciente de cómo ha conseguido que no se le cale el coche.

El conductor del vehículo que está detrás del de ellas y que no sabe qué hace un coche ahí parado, desesperado y sin una gota de paciencia, pita su claxon inundando de un ruido ensordecedor aquella estrecha calle. Adriana mira por el retrovisor. El tío vuelve a pitar.



—¡ODIO MADRID!—grita antes de resoplar. Mete primera y mira hacia la derecha para asegurarse de que ningún idiota va a volver a darle un susto como el de antes. Inspira y hace al coche caminar hacia delante.

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