CINCO



    —¡Vamos, vamos!—dice Fabián al otro lado de la cabina donde Noel y Jorge están haciendo las últimas guitarras de la noche.

Jony le sonríe también. Después de la pizza, Noel tenía mucho mejor humor y ha aceptado un cambio más, con el entusiasmo que le caracteriza, sobre todo cuando es un consejo de alguien que sabe más que él. El técnico también está contento de lo que escucha por los grandes auriculares que lleva puestos y asiente mirando a los chicos que están fuera. 

Termina un compás que pone fin a la canción con el vibrar casi eterno de una cuerda de la guitarra de Jorge, que poco a poco él hace que se atenúe hasta que lo único que se escucha es un silencio absoluto. Tras unos segundos, se alzan pulgares a un lado y al otro de la cabina y una sonrisa aparece en las caras de los chicos que comienzan a vocear y aplaudir por el trabajo bien realizado. ¡Qué éxtasis! 

Noel sale de la cabina y se saca la guitarra para dejarla en un soporte donde hay un montón de ellas. Jorge, sin embargo, sale con la guitarra ya en la mano agarrada por el mástil. Los dos levantan los brazos victoriosos mientras los demás siguen aplaudiendo.

—¡Joder!—dice Noel—. ¡Cómo me gusta este trabajo!

—¡Sí!—dice Fabián también con ímpetu—. ¡Vamos a oírlo!

Mientras se preparan, Noel ha ido a por su teléfono móvil. Son poco más de las doce y no lo ha mirado desde hace horas porque lo tiene apagado. Cuando lo enciende tiene mensajes en el whatsapp. Son de Patricia, su chica, novia, o cómo sea que se llame a lo que tienen.

          Vamos a La Notte, por lo visto hay un concierto.

          ¿Te vienes? Estaremos con estos.

          ¿Cómo va la grabación?

          ¿Has cenado ya? Es por si te veo antes.

          Debes de seguir grabando… 

          Salimos. Hemos quedado a las 23:30 en la notte

          El conci empieza a las 00:00. Son amigos de estos.

          Llámame con lo que sea!!

—Oye—dice a los demás—. Voy a llamar…

Sale de la habitación y se aleja por el pasillo hacia la calle. Cuando abre la puerta para salir se acuerda del frío que hace y de no haber cogido el abrigo. Chista con la lengua por el descuido, pero ya no va a volver a por él otra vez. Más le vale sacar el chico de la sierra que tiene dentro y aguantar como un valiente.

Busca en el registro las llamadas recientes y Patricia está en cuarto lugar. Marca y espera llevándose el teléfono a la oreja. Un bip, dos, tres, cuatro… Va a colgar cuando por fin se escucha algo al otro lado. Un montón de ruido que hace que Noel se aleje el teléfono, incómodo.

—¡Espera!—grita alguien. El sonido se mezcla con un montón de ruido. Una música atronadora termina y se oye un montón de gente gritando y aplaudiendo—. ¡Espera que salgo!—dice Patricia al otro lado de la línea. El ruido se va atenuando hasta que se oye muy bajito—. ¡Joder, qué frío!

Noel estaba pensando exactamente lo mismo en ese momento.

—Acabo de encender el teléfono, nena.

Nena. Si hay algo que a Patricia le gusta de Noel es que le diga eso. Sonríe instantáneamente. 

—¿Vienes?

—Acabamos de acabar—dice mirando su reloj—. Tardaría por lo menos una hora en llegar…—dice cansado. Le daría la una como mínimo, entre que escucha, sale, deja a estos en San Agustín y baja a Madrid.

—¡Es viernes!—dice la chica—. ¿Mañana seguís?

—No, mañana no. Marc tiene planes para el fin de semana y nos ha citado para el lunes.

—¡No tienes excusa, Noel!—dice la chica al otro lado.

—Bueno, aún tenemos que escuchar cómo queda y eso… y puede que se me haga tarde. No sé qué haré…—dice. Realmente está cansado. Parece que no pero lo que hacen cansa—. Te aviso cuando salgamos y te digo fijo, ¿vale?

Ella, a kilómetros del estudio, no está tan segura de lo que le dice el chico y cambia su expresión. Siempre le da largas. 

—Vale…—dice—. Pero no me voy a ir tarde. Así que si sales después de las dos ni me llames, ¿vale?—añade la última palabra con ironía.

—¡Venga, Patri!—dice Noel. Su tono sigue cansado—. Te llamo luego.

—Te estás perdiendo un conciertazo… que lo sepas.

Él se ríe pero ella no pretendía hacerle gracia sino fastidiarle. Por parte de ella, cree que está todo hablado, así que cuelga.

—Venga, te llamo luego, nena…—dice Noel, sabiendo que eso le gustará—. ¿Nena?



Se despega el auricular y ve que, efectivamente, su “nena” no está al otro lado. La pantalla de su Samsung Galaxy S3 le regala una foto de su hermano y él en la torre de Londres cuando fueron el pasado verano de vacaciones.


CUATRO




    Se ha asustado en ese cruce, ni siquiera se había dado cuenta de que la preferencia no la tenía él hasta que ha llegado al siguiente cruce y también ha visto un ceda el paso pintado en el suelo acompañado de una señal con unas pegatinas un grupo político de extrema derecha, que algún niñato alocado pegó en una noche de borrachera. Esta vez ha parado, aun a sabiendas de que no venía nadie, para intentar relajar a su corazón de ese inesperado suceso. Iba demasiado rápido. Está muy enfadado, pero eso no debería ser la excusa para fastidiar aún más esa noche de viernes.

Trata de relajarse, pero a su cabeza le van las imágenes de lo que ha sucedido minutos antes. Había entrado en el portal de su amigo Félix sin llamar al telefonillo, estaba ya abierto, había subido dos escalones cuando se daba cuenta de que había olvidado en el coche el juego de Oblivion para x-box que iba a prestarle a su colega. Había ido antes para eso, así podrían enchufarlo y le explicaba un poco cómo iba, le daba un par de trucos y quién sabe, lo mismo hasta mataban a un par de orcos. Es un friki. Sonríe y gira sobre las puntas de sus pies y sale otra vez a la calle. Se veía reflejado en el gran espejo que decora el lateral de la puerta del portal. Se ha hecho por primera vez patillas aquella tarde y volvía a mirarse, más de cerca, primero un lado y luego el otro de la cara. Después de frente y llegaba a la conclusión, como había llegado antes en su casa, de que una era más larga que la otra. Pero no por mucho. Esperaba que nadie se diera cuenta. Inspira aire y se encoge de hombros antes de colocarse mejor la parca verde y meter las manos en los bolsillos laterales, que no están ni a la altura de la cintura ni en el pecho, sino entremedias. Se miraba, satisfecho de su nueva imagen mod y comprobaba que a él le sienta mucho mejor ese abrigo que a su hermano, porque es más guapo. Se giró hacia la puerta y miró el pomo, si no sacaba las manos de los bolsillos no abriría, a pesar de tener que terminar con aquella imagen de tipo misterioso. Mejor eso que parecer tonto. Hasta él mismo se reía de lo estúpido de la situación.

Había caminado de nuevo hasta su coche y abierto el maletero para sacar el juego. No había aparcado muy lejos, por raro que pareciese en esa zona de Madrid. Estaba seguro de que eso había sido un verdadero golpe de suerte. No podía estar la suerte más de su parte, aunque minutos después… ya no pensara lo mismo.

Volvía sobre sus pasos desandados sobre aquella acera de baldosas grises de pequeños cuadrados que abunda en las calles de la capital, silbando una melodía desconocida que no estaba seguro de haber escuchado antes o de estar inventándosela. Giraba en la esquina a metros del portal y, cuando dejaba de mirar al suelo, se sorprendía de lo que su suerte le tenía preparado. 

¿Suerte o casualidad? Él había decidido ir allí antes, sin avisar. Eso era casualidad. Había encontrado aparcamiento a escasos metros en la calle perpendicular. Eso era suerte. El portal estaba abierto, casualidad. El juego se le había olvidado… mala suerte. ¿Y lo que estaba viendo? ¿Eso qué era?

En el portal, Félix y Diana estaban abrazados y jugueteando como enamorados. Ella se lanzaba a besarle y él se apartaba hacia detrás para hacerla de rabiar. Cuando ella se hacía la molesta era él quién la besaba en los labios. Y, a la vez, cerraban los ojos disfrutando de un beso que ambos deseaban darse. La respiración de Gonzalo se entrecortaba mirando desde donde sus pies habían decidido dejar de caminar.

¿Qué iba a hacer? Iba, les saludaba y les pedía explicaciones. No sabía ni cómo. ¿Qué era lo que tendría que decirles? ¿Qué excusa tenían para hacer eso? ¿Por qué no se ha esperado? ¿Por qué ha tenido que verlo? Se giraba otra vez hacia el coche, enfadado, idiota. Sentía cómo estaba haciendo el tonto. Antes de llegar al coche, el cerebro le daba una orden: “Acércate, diles que qué hacen, hazles sentir mal”. ¿Pero cuánto mal se iban a sentir? A lo mejor nada, él era el único que sufriría. Un paso más hacia el coche: “¿Y ya está? ¿Los vas a dejar así?”. No estaba seguro de nada. 

—No es mi chica—decía ya en alto, como si así se lo fuese a creer más.

Y no lo era, Diana no era su chica. Pero sí era la chica por la que había perdido la cabeza desde hacía meses. Esa por la que hacía hasta la última gilipollez. Esa por la que había hecho cosas que ni le apetecían, esa chica a la que había aguantado hasta dónde jamás pensaría que iba a aguantar. Esa chica por la que todos sus amigos sabían que lucharía, incluido Félix…

Un pitido corto le sacaba de sus pensamientos, en los que comenzaba una pequeña lucha interna contra su amigo. Era su iPhone que vibraba en el bolsillo derecho de su abrigo. Lo sacaba confundido.

          ¿Cuánto te queda, tío? 

Aquel bocadillo verde en el whatsapp le superaba. Era un mensaje de Félix. ¿Cuánto me queda para qué? Cerró los ojos de rabia y diez segundos después, sin haberse tranquilizado lo suficiente, se montaba en el coche.





En la radio comienza La reina del muelle de Los Flechazos y lleva más de medio minuto parado en ese cruce. Un coche detrás de él con un conductor que no entiende por qué tiene la negra en cada cruce al que llega esa noche, de coches parados sin razón, pita desesperado soltando improperios que nadie escucha tras los cristales de las lunas.



TRES



    Odia conducir por Madrid. Bueno, no, lo que realmente odia es buscar sitio para aparcar en Madrid. Siempre van el coche porque durante toda su adolescencia no han tenido más remedio que bajar a Madrid en autobús, esperar los horarios, lamentarse por haber perdido el último metro. No, ya no les pasa más, pero sí luchan con las estrechas calles del centro donde es imposible encontrar sitio.

—¡Es que deberíamos haberlo dejado en Pintor Rosales y subir andando!—dice enfadada tras el tercer resoplido. Gabriela la mira sin decir nada. Ella sabe que se perdería por Madrid, así que no le discute a su amiga—. Allí hay sitio fijo, por la cuesta que baja el parque del Oeste.

—Pues vuelve…—dice Gabriela subiendo el volumen de la canción que suena por la radio—. ¡Cómo me gusta esta canción!

Adriana no se lo puede creer. Está sonando un tema de esos que suenan como un robot. Se alegra de que suene a robot porque cuando no lo hace, la voz de un chico parece la de una niña de quince. Habla de una chica a la que su novio ha engañado con otra y de la que todos se ríen. Adri no sabe qué tiene de bonito esa canción, se escuche por donde se escuche. Mira a su amiga que baila con una sonrisa en el asiento del copiloto mientras cierra los ojos sujetando un micrófono imaginario con el que hace playback. Se ríe porque su amiga no tiene nada de robot a pesar de esa terrorífica voz que suena. Se le ha ido un poco el mal humor, pero si deja de mirar a su amiga y sigue oyendo esos terribles aullidos y sin encontrar sitio va a volver a enfadarse.

En un cruce en el que tiene preferencia, un audi A3 azul oscuro se salta el ceda que corona la calle de la derecha. Adriana pisa el freno con violencia, asustada, y deja el coche clavado en mitad del cruce. No se han dado de milagro. Para colmo, el sujeto que conduce el otro vehículo ni la mira, ni pide perdón, ni le hace ningún gesto que le disculpe sino que acelera siguiendo su camino, dejando a las dos chicas boquiabiertas. No saben por qué, ni en qué momento lo han hecho, pero las dos chicas tienen las manos cogidas y se aprietan con fuerza. Se miran a los ojos y se sueltan.

—¡Pero será hijoputa!—grita Adriana. Ya está enfadada, y con razón—. ¿Lo has visto?

—¡Cómo para no! ¡Menudo susto nos ha dado el capullo!

—¡Joder! ¡Odio Madrid!—dice Adriana exagerando sus emociones. Aun le tiembla la pierna del embrague del susto que se ha llevado. Ni siquiera es consciente de cómo ha conseguido que no se le cale el coche.

El conductor del vehículo que está detrás del de ellas y que no sabe qué hace un coche ahí parado, desesperado y sin una gota de paciencia, pita su claxon inundando de un ruido ensordecedor aquella estrecha calle. Adriana mira por el retrovisor. El tío vuelve a pitar.



—¡ODIO MADRID!—grita antes de resoplar. Mete primera y mira hacia la derecha para asegurarse de que ningún idiota va a volver a darle un susto como el de antes. Inspira y hace al coche caminar hacia delante.

DOS



    Gabriela está tumbada en la cama mirando al techo mientras de la radio salen los compases de Like a Rolling Stone de Bob Dylan. No se detiene ni tan siquiera en entender la letra, le gusta simplemente porque es de Bob Dylan y porque menciona a los Rolling Stones. ¿Qué puede haber de malo en eso? No tiene ni idea de lo que habla la canción ni se lo imagina.

La habitación en la que está no es la suya, pero se desespera mucho esperando a que su mejor amiga, Adriana, termine de vestirse. Nunca está a gusto con lo que se pone. Cambia unas seis veces de modelito hasta terminar poniéndose el primero que eligió. Lo hace siempre. Gabriela no lo entiende, porque, ¿quién estaría incómoda con el cuerpo de su amiga? Es verdad que ella está más delgada que Adri, pero aun así… su amiga no tiene de qué quejarse.

—¡Joder tía! Con este culo no hay nada que hacer…

Gabriela se endereza y se queda sentada apoyando la espalda en la pared. No va a decir nada, porque no tiene ganas de discutir por tonterías. Al final Adriana se ha puesto unos vaqueros pitillo oscuros y una camiseta de rayas y una cazadora vaquera encima. Da igual lo que se ponga, siempre lo termina perfeccionando con el complemento justo. Últimamente más, que le ha dado por los complementos hipsters. Se recoge el pelo en una coleta que parece deshecha, pero sólo lo parece, es así a conciencia. Se pasa el eyeliner por el párpado, cada día tiene más maña. Pasa una brocha con colorete por sus pálidos pómulos y se maquilla los labios con un rojo coral que está más de moda que nunca.

—¿Quieres?—le pregunta a su amiga ofreciéndole el neceser. Ya va maquillada, pero siempre acepta echarse pintalabios. Es casi como un ritual. Si no se da la situación es que no van a ir a ninguna parte—. Tía… estoy encantada con el plan de hoy—dice emocionada mirándose al espejo comprobando que todo está en su sitio.

—Hará frío—dice Gabriela devolviéndole el pintalabios también mirándose al espejo.

—Ya… aunque no tengo pensado salir del garito.

—¿Ni para fumar?

—Todo depende de Raúl…—dice la chica divertida sonriendo a su amiga.

—Mira, mona, más te vale que te acerques a él esta noche o te aseguro que dejo de hablarte para los restos, porque como escuche una vez más “Raúl pasa de mí” creo que puedo matarte.

—Tienes muy poca paciencia, Gabi—dice la chica colocándose una bufanda de lana gorda de color rojo alrededor de su cuello.

—Y tú muchos pájaros en la cabeza… ¿cómo es lo que tú dices? ¡Ah sí! “Estoy esperando a encontrar el momento perfecto”—dice su amiga imitando la voz de una niña ñoña—. No sé ni cómo perdiste un día la virginidad con tanto esperar para todo, tía. ¡Te pierdes la vida esperando tanto!

—El romanticismo debió de morir con la caída de las torres gemelas. ¡Qué absurdo es escucharte Gabriela! La sociedad de hoy en día ya no vive el amor, las cosquillas en la tripa cuando recibes un mensaje, los ojos vidriosos cuando te dicen que les gustas... Hablas como si la vida sólo fuera sexo y diversión.

—Cuando tienes veintiún años, tiene que ser eso—añade Gabriela casi como si fuese Rizzo de Grease, luego recula mirando a su amiga—. Está bien… eso es bonito, pero seamos conscientes. Ya los chicos no te dicen que les gustas… lo único que te dicen es “¿quieres que echemos un polvo, nena?”

Las dos amigas se ríen, resignadas y se miran otra vez antes de apagar la música y salir de la habitación. No hay nadie en casa, han cenado y se van a un concierto de un grupo que han conocido en twitter. No están mal, demasiado indies para su gusto, que ya de por sí es bastante indie. Además son conocidos de un amigo de Raúl, así que él va. No hay excusa para no acercarse y cantarse un par de piezas. Las dos únicas que han escuchado en youtube hasta rayarlas. Bueno, si eso fuese posible.



—Aún tiene que haber un hombre romántico en Madrid…—dice Adriana después de pulsar el cero una vez que estaban dentro del ascensor.

—¿Sí? ¡Pues si lo encuentras, preséntamelo!


UNO



      No es nada fácil chupar la pega cuando el frío te corta la cara y las manos te están tiritando sin que puedas evitarlo. Y Noel lo sabe, por eso ha desistido hace unos minutos y le ha dejado el marrón de terminar de liar el cigarro a Jony, que tiene mucha más maña. Se ríe tras su barba de náufrago y sus cejas pobladas mientras Noel lo mira con descaro y hace una mueca de desdén. Llevan un rato fuera del estudio. Necesitaban aire, aunque no tan frío. Noel había tenido un ataque de estrés y cansancio y se había bloqueado hasta rozar la rabia. Sabe que no puede trabajar así, es como si sus cuerdas vocales dijeran “basta”, como si su cerebro se olvidara de todo lo que un día había escrito y siente que se desborda de pesimismo. Ya le dice siempre su madre que deje de ver películas de Woody Allen, pero él piensa: “¿y eso qué tiene que ver?” Bueno, eso con un improperio añadido.


—Toma—le dice Jony tendiéndole su cigarro—. Aunque no creo que sea bueno que un cantante fume durante una grabación…—añade con una sonrisa tonta.

—Tú limítate a no perder una baqueta con tanto ímpetu y a mí déjame en paz…

—¡Eh! Toco la batería como me sale de los cojones—dice el otro fingiendo estar enfadado. Ahora está echando tabaco en otro papel, para él—, con ímpetu o sin ímpetu… sabes que no puedes encontrar a nadie mejor…

—Sí, sí, Ringo Starr… ya sabes que eres el mejor—añade la voz de Noel arrastrando las sílabas, como casi siempre habla. Con ese sonido tan característico de los que pronuncian una “j” antes de la “k” cuando debería ser una “s”. Jony se ríe por la comparación. Ya le gustaría ser un día la mitad de Ringo Starr, conformarse con mover las baquetas tan rápido como Travis Barker, ser la máquina que apunta ya maneras—. ¡Joder! ¡Qué puto frío! ¿Esto es normal?

—Pues no sé, estamos en el norte de Madrid, ¿no? Y es febrero… ¿no?—dice Jony con ironía antes de chupar la pega de su cigarro.

—Ya…

—¡Quién diría que eres un chico del norte!


Noel por fin se ríe. Da una calada a su cigarro y después lo mira con desprecio mientras echa el humo. No fuma a menudo pero, especialmente, el tabaco de liar le enfada. No termina de acostumbrarse a que sean cigarros tan estrechos y tan endebles, aunque en ese momento le apetece mucho. No recuerda cuando se fumó su primer cigarro, quizá fuese cuando empezaron en eso de la música. Cuando cogió la guitarra de su tío y se puso a destrozarle las cuerdas en el parque con un vaso de calimocho, mientras todos sus colegas se animaban alrededor y todas las chicas veían en él algo nuevo y más interesante que hasta entonces. Porque nunca había sido el guapo de la clase, ni el más simpático. Pero aquellos ojos color mostaza despertaron el interés de alguna de sus compañeras. Poco después de aquellos días de verano, convenció a Jorge y a Fabián de embarcarse en un sueño. Amantes de Green day y de Sum-41, no pudieron negarse a su propia banda de garaje. Durante un largo tiempo buscaron un batería. Era lo más difícil de conseguir. No todo el mundo se atreve con eso, y menos tiene talento para ese instrumento. Noel lo intentó, no le salió. A día de hoy toca la guitarra y el bajo, éste último sólo en ocasiones, canta, escribe y compone. Eso hace. Jorge es quién toca la otra guitarra y Fabio, que así le llaman, toca el bajo. Por fin dieron con un batería que tenía su misma ilusión. Bueno o no, daba lo mismo, querían tocar, eso era lo importante. Sólo tenían diecisiete años y ganas de llegar a la cima. El batería era Roberto, que los conoció en una fiesta en casa de una amiga. Roberto y Noel iban a por la misma chica. Ella terminó con otro, así que ellos se quedaron mirándose las caras y comenzaron una larga conversación llena de acordes, de letras, the cavern y de sueños. Fue fichaje instantáneo. 

La primera letra que Noel terminó hablaba de canciones. Hablaba de lo que sentía por la música. Pensó que no era mala. Se sabía genio. Dicen que Lennon también se sabía genio. Esperaba un futuro no tan dramático para él, pero sí un éxito como el suyo. Esperaba tantas cosas…


Tantas cosas que no se dan, o que no se han dado todavía. Rozaron por un momento el cielo con los dedos. Grabaron su primera maqueta, pareció gustarles a un par de productoras. No funcionó. Tocaron en concursos. Noel ardía en su miseria. ¿Quién era el cabrón que no paraba de decirle que sus letras tenían magia? ¡No podía ser verdad porque no llegaban a la gente! Pero él los escuchó. Él les dio la vida que querían. Música. Él era un productor independiente que estaba cansado de cómo funcionaba el negocio. Un gran hombre y un gran nombre que empezaba a producir por su cuenta después de años y años en grandes fábricas de artistas. Apostó por ellos y grabó su primer disco. Tuvieron una promo limitada, pero pueden asegurarse que ya tienen un público, aunque no sea enorme. Fueron teloneros de algún grupo que llena ferias de pueblo, con lo que conlleva. Dejaron las pequeñas salas de la zona norte de Madrid para rodar en furgoneta por España. ¿Qué más podían pedir? ¡Sólo tenían veinte años!


Tres años después, están grabando su segundo disco. Fabio ya terminó su diplomatura de fisioterapia, Fabián sigue haciendo empresariales, Noel continúa en publicidad y relaciones públicas y Roberto lo dejó todo por su carrera de arquitecto. No podía compaginar las horas sin dormir por entregas que le consumían con las de las noches de concierto y les dejó. Hubo un momento de desorientación. ¿Y ahora qué hacemos? ¿Se ha acabado todo? ¿Ahora?

Ringo… aparecería Ringo, gracias a un conocido de su ya amigo productor. Jony era un chaval con tablas que había pasado tiempo de grupo en grupo pero con un don innato. Los ritmos fluyen por su interior como si fuera normal lo que hace. Hace fácil lo difícil, o eso parece. Los chicos quedaron encantados con él en seguida. Fue facilísimo encajar sus golpes sobre la caja con las melodías de Falta de Costumbre. Porque así se llaman, Falta de Costumbre, porque era todo lo que tenían al principio: inexperiencia, poca paciencia, poco tiempo para ensayar, metas cruzadas…en fin, Falta de Costumbre.


—¡Eh!—dice la voz de Jorge bajo el dintel de la puerta—. ¡Joder, qué rasca!—añade pasándose las manos por los brazos, tapados sólo por un jersey de hilo. Su flequillo rubio se mueve hacia la derecha por el aire que hace y se molesta meneando la cabeza con resignación—. ¿Qué queréis cenar? Habíamos pensado en llamar a algún sitio.

—¡Pizza!—grita Jony emocionado levantando los brazos. Es su comida favorita. 

—Por mi guay—añade Noel sonriendo, mientras mira a Jony que hace aspavientos de alegría exagerada.

—Vale, pues... ¡Vamos a grabar las guitarras mientras llegan!—dice Jorge sonriendo. Sabe que Noel no puede más y que se va a enfadar. Eso le hace mucha risa.

—¡Me cago en la puta!—dice el chico tirando lo que le queda de cigarro al suelo—. ¡Vamos a grabar esas guitarras y a trincharnos una pizza barbacoa, joder!—grita levantando los brazos imitando la alegría de Jony mientras camina hasta la puerta donde Jorge está riéndose.



El percusionista de la barba espesa pone los ojos en blanco y da la última calada a ese cigarro estrecho y endeble antes de tirarlo contra suelo que, al chocar, levanta unas pequeñas chispas naranjas.